Sabineras, sabaneras, sabedoras y
saboreadas resultaron las presentaciones en Hermosillo del poeta de Úbeda,
España, Joaquín Sabina, plaza que nunca había visitado y que fue considerada
para su nueva gira “Canciones para una crisis” junto con otras ciudades de
Latinoamérica donde nunca había ofrecido concierto alguno, cosa que más de
cinco mil personas que lo observaron agradecieron al máximo.
El cantautor ibérico ofreció un
repertorio que incluía sus canciones más conocidas y que a golpe de pecho
fueron coreadas una a una por la multitud que le esperaba con ansias locas en
la capital sonorense, teniendo como escenografía un ambiente nocturno,
solitario y bohemio, características que han rodeado a Sabina, tanto en su vida
privada como en sus composiciones, donde parecieran remembranzas de sus andadas
por los barrios viejos de su cuna adoptiva, Madrid.
Las dos presentaciones tuvieron
una duración aproximada de dos horas, donde Sabina le daba su espacio a cada
uno de los músicos que lo acompañaban, como Pancho Varona, y la extraordinaria
cantante flamenca Mara Barros quien le daba el equilibrio en las
interpretaciones y hacía las veces de ese personaje femenino que suele aparecer
en las inspiraciones del cantante, un personaje emanado de las sombras, el que
busca el intercambio de tiempo por dinero y al que Sabina siempre le ha
guardado mucho respeto, como lo expresó, con performance incluido, en “Una
canción para la Magdalena”, del álbum de 1999 “19 días y 500 noches” donde
aconseja: “dale el doble de lo que te pida”.
Al parecer no le duele nada a
este peculiar compositor, pues a sus 64 años sigue mostrando mucha energía,
además del dominio que tiene de las tablas y las coplas, pues como buen poeta
en el aire le dedicó algunas rimas muy a su estilo a Hermosillo, ciudad,
aseguró, le compondrá una canción tal y como lo hizo con Tijuana, en
agradecimiento a la entrega de su público en un Expo Fórum abarrotado, cosa que
hay que agradecer pro estos rincones del país, donde los espectáculos de
calidad escasean porque la gente no quiere pagar y eso está más que comprobado.
Tres cambios de vestuario, tres
salidas a escena y sostenes volando a su despedida, fueron de las cosas que se
pudieron vivir dentro de un ambiente muy especial, pues la combinación de
espectadores era muy diversa, de todas las edades y de todos los estratos
sociales, (a pesar de los precios), todo con tal de escuchar la singular y
característica voz gastada y aguardentosa de un Sabina maduro y en paz consigo
mismo, luego de dejar atrás sus etapas más locas y salvajes, aunque a la mera
hora quién sabe y de vez en cuando las recuerde con unos buenos habanos cubanos
y su inseparable amigo Jack.
Sin lugar a dudas esta
presentación es una de las más representativas que se tenga memoria en la
ciudad, y que me perdonen los Luis Migueles, las Shakiras y los Chayanes, pues
son obra de la mercadotecnia, mientras que el de Úbeda es producto de sus
propias ampollas en las yemas de los dedos, es producto de rasgarse la garganta
tocando donde sea y producto de una visión y forma de vida muy particular, que
acabó dando forma a un fenómeno musical que le termina arrebatando ese estigma
de “aburrida” a la simple combinación de un cantante acompañado únicamente de
su guitarra.
Un éxito total el que obtuvieron
los organizadores, y eso por lo menos es buen augurio de que en un futuro
cercano podamos disfrutar de otras presentaciones de tipos que musical y
líricamente traigan bajo el brazo propuestas de calidad, independientemente del
género del que se trate, porque al final lo que importa es el respeto que se le
tenga a la audiencia y dejen los empresarios de tratarlos como analfabetas
musicales, como lo hacen desgraciadamente con las grandes mayorías en este
país.
No sé si Joaquín Sabina vaya a
regresar a Hermosillo, no sé si le alcance la vida y las fuerzas, pero mientras
siga haciendo sonar esas viejas cuerdas bucales y siga haciendo que los
corazones a punto de taquicardia brinquen con sus interpretaciones, será
suficiente para recordar esas dos veladas en las que el desierto cantó, bailó y
gritó con un pretexto de verdad. ¡Olé!